2 Corinthians 2

Objeto de esta carta

1Me he propuesto no volver a visitaros con tristeza. 2Porque si yo os contristo ¿quién será entonces el que me alegre a mí, sino aquel a quien yo contristé? 3Esto mismo os escribo para no tener, en mi llegada, tristeza por parte de aquellos que debieran serme motivo de gozo, y con la confianza puesta en todos vosotros, de que todos tenéis por vuestro el gozo mío. 4Porque os escribo en medio de una gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas, no para que os contristéis, sino para que conozcáis el amor sobreabundante que tengo por vosotros.

El apóstol perdona al incestuoso

5Si alguno ha causado tristeza, no me la ha causado a mí, sino en cierta manera —para no cargar la mano— a todos vosotros
5. Parece que la excomunión infligida al incestuoso en la primera carta (1 Co. 5, 1-5) ha producido buenos efectos, de modo que la comunidad le puede recibir de nuevo. Esta exclusión se llamó excomunión, no en cuanto quedaba privado de la fracción del pan, sino en cuanto se le excluía de la comunidad de los fieles o Iglesia (Mt. 18, 18 ss.) que era llamada comunión por su vida de fraterna unión en la caridad (Fillion). Cf. Hch. 2, 42 y nota.
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6Bástele al tal esta corrección aplicada por tantos. 7Más bien debéis, pues, al contrario, perdonarlo y consolarlo, no sea que este tal se consuma en excesiva tristeza. 8Por lo cual os exhorto que le confirméis vuestra caridad. 9Pues por esto escribo, a fin de tener de vosotros la prueba de que en todo sois obedientes. 10A quien vosotros perdonáis algo, yo también; pues lo que he perdonado, si algo he perdonado, por amor a vosotros ha sido, delante de Cristo, 11para que no nos saque ventaja Satanás, pues bien conocemos sus maquinaciones.

Solicitud paternal

12Llegado a Tróade para predicar el Evangelio de Cristo, y habiéndoseme abierto una puerta en el Señor
12. Tróade, ciudad del Asia Menor, situada cerca de la antigua Troya. Una puerta: una ocasión para predicar el Evangelio.
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13no hallé reposo para mi espíritu; por no haber encontrado a Tito, mi hermano, y despidiéndome de ellos partí para Macedonia. 14Pero gracias a Dios siempre Él nos hace triunfar en Cristo, y por medio de nosotros derrama la fragancia de su conocimiento en todo lugar, 15porque somos para Dios buen olor de Cristo, entre los que se salvan, y entre los que se pierden
15 s. La predicación del Evangelio produce distintos efectos, según la rectitud de los oyentes. No hay que olvidar ese gran misterio de que Cristo fue también presentado como piedra de tropiezo y signo de contradicción “para ruina y resurrección de muchos” (Lc. 2, 34; Rm. 9, 33; 1 Pe. 2, 6 s.; Sal. 117, 22 y nota). El que rechaza la Palabra está peor que si no se le hubiera dado (Jn. 12, 48), porque se pedirá más cuenta al que más se le dio (Lc. 12, 48). Recordemos, pues, la necesidad, enseñada por Jesús, de no dar el pan a los perros ni las perlas a los cerdos (Mt. 7, 6). S. Pablo nos enseña que Dios nos prepara de antemano las obras para que las hagamos (Ef. 2, 10). A esas obras hemos de atender, sin creernos con arrestos de quijote capaz de salvar al mundo (cf. Sal. 130 y notas). El efecto de tal suficiencia lo muestra el Señor en Mt. 23, 15. Cf. 8, 10 s.; 1 Co. 1, 30 y nota.
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16a los unos, olor de muerte para muerte; y a los otros, olor de vida para vida. 17Y para semejante ministerio ¿quién puede creerse capaz? Pues no somos como muchísimos que prostituyen la Palabra de Dios; sino que con ánimo sincero, como de parte de Dios y en presencia de Dios, hablamos en Cristo
17. Véase sobre este punto 1 Co. 16, 26 y nota.
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