Acts 21

De Mileto a Tiro

1Cuando, arrancándonos de ellos, nos embarcamos, navegamos derechamente rumbo a Coos, al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara
1. Arrancándonos: Elocuente expresión de cómo el espíritu hubo de sobreponerse a todo afecto puramente humano. En el v. 5 s. vemos para imitarlo cuando nos llegue el caso, un modelo de despedida cristiana: orando en común antes de partir. Pátara : el Codex Bezae añade y Mira.
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2Y hallando una nave que hacía la travesía a Fenicia, subimos a su bordo y nos hicimos a la vela
2. Sin duda el barco anterior no iba más allá, y Pablo tenía urgencia por llegar a Jerusalén para Pentecostés.
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3Avistamos a Chipre, que dejamos a la izquierda, navegamos hacia Siria, y aportamos a Tiro, porque allí la nave tenía que dejar su cargamento. 4Encontramos allí a los discípulos, con los cuales permanecimos siete días. Y ellos decían a Pablo, por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén
4. Encontramos: Sin duda tuvieron que buscarlos, pues los discípulos de Tiro no serían muchos. La persecución (¡siempre favorable al crecimiento de la Iglesia!) había dispersado, después del martirio de Esteban (cap. 7), a algunos creyentes que sembraron el Evangelio en Fenicia. Pablo los había visitado antes, de paso para el Concilio de Jerusalén (15, 3). Por el Espíritu: porque presentían la persecución que esperaba al querido Apóstol (20, 22 ss.). Pero, como muy bien observa Boudon, “de ellos y no del Espíritu Santo vienen esa opinión y esos ruegos. El Apóstol sabe adónde va y por qué. El Espíritu Santo le ha revelado lo que le espera, pero no lo detiene como cuando él quería seguir por Asia o por Bitinia (cf. 16, 6); al contrario lo empuja adelante. He aquí por qué él está decidido a tomar la dirección de Jerusalén. Ningún asalto de la ternura de los fieles podrá desviarlo” (cf. v. 10 ss.). Véase el sublime ejemplo de Jesús en Mc. 10, 32 ss.; Lc. 9, 51; 13, 33 y nota; 18, 31; 19, 28, etc. Algunos sostienen, a la inversa, que en 20, 22 se trata del espíritu o deseo de Pablo, movido por el amor a los judíos, y que aquí se trata del Espíritu Santo, que inspira a los discípulos esa oposición al viaje de Pablo. No parece aceptable que el Apóstol, tan dócil a la divina voluntad, la desoyese en tal caso. Cf. v. 26, 27 y 32 y notas.
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5Pasados aquellos días, salimos y nos íbamos, acompañándonos todos ellos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad. Allí, puestos de rodillas en la playa, hicimos oración
5. Cf. v. 1 y nota. Vemos aquí, como en 7, 60; 20, 36, etc., la costumbre de arrodillarse para orar.
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6y nos despedimos mutuamente. Nosotros subimos a la nave, y ellos se volvieron a sus casas.

De Tiro a Jerusalén

7Concluyendo nuestra navegación, llegamos de Tiro a Ptolemaida, donde saludamos a los hermanos y nos quedamos con ellos un día
7. Ptolemaida, la antigua Aco, hoy Aca, llamada por los cruzados San Juan de Acre, es el puerto más septentrional de Palestina, célebre por innumerables asedios y hechos de armas a través de la historia.
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8Partiendo al día siguiente llegamos a Cesarea, donde entramos en la casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, y nos hospedamos con él
8 s. Felipe , el celoso diácono misionero (8, 5-40) fue según parece, la cabeza de los fieles de Cesarea. Sus cuatro hijas, vírgenes y profetisas como Ana (Lc. 2, 36), son el primer testimonio de que, ya en el cristianismo primitivo, había vírgenes voluntarias (cf. 1 Co. 7, 8 y 25 ss.), lo que el judaísmo consideraba como un estado poco honroso (cf. Jc. 11, 35 y nota). Evangelistas (Ef. 4, 11) eran, según Eusebio, los que, sin carácter episcopal como los apóstoles distribuían sus bienes a los pobres y, emigrando “a los que aún no habían oído nada de las palabras de la fe, iban a predicarles y transmitirles los escritos de los divinos Evangelios” (Cf. 15, 22 y nota).
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9Este tenía cuatro hijas, vírgenes, que profetizaban. 10Deteniéndonos varios días, bajó de Judea un profeta, llamado Agabo; 11el cual, viniendo a nosotros, tomó el ceñidor de Pablo, atose los pies y las manos, y dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán en Jerusalén los judíos al hombre cuyo es este ceñidor, y le entregarán en manos de los gentiles”
11. Atose: En acto simbólico, Cf. 1 R. 22, 11; Is. 20, 3; Jr. 13, 5; 19, 10 s., etc.
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12Cuando oímos esto, tanto nosotros, como los del lugar, le suplicábamos a Pablo que no subiera a Jerusalén. 13Pablo entonces respondió: “¿Qué hacéis, llorando y quebrantándome el corazón, pues dispuesto estoy, no solo a ser atado, sino aun a morir en Jerusalén, por el nombre del Señor Jesús?”
13. Véase v. 4 y nota. Adviértase que en esta manifestación de S. Pablo no hay nada de la presuntuosa declaración de Pedro, que Jesús confundió (Mt. 26, 35; Mc. 14, 29; Lc. 22, 33; Jn. 13, 37). Lleno del Espíritu Santo, Pablo está ya todo entregado a Cristo: halla “en Él su vida, y la muerte le es ganancia” (Flp. 1, 19 ss.). Confía plenamente en la fuerza del Espíritu Santo, prometido por nuestro Señor a sus apóstoles, y en ellos a todos nosotros con las palabras: “Seréis revestidos de la fortaleza de lo alto” (Lc. 24, 49). S. Crisóstomo llama a esta gracia muro inexpugnable, y muestra que tiene virtud para allanar todas las dificultades y hacer llevaderas todas las cargas.
14Y no dejándose él disuadir, nos aquietamos, diciendo: “¡Hágase la voluntad del Señor!” 15Al cabo de estos días, nos dispusimos para el viaje, y subimos a Jerusalén. 16Algunos discípulos iban con nosotros desde Cesarea y nos condujeron a casa de Mnason de Chipre, un antiguo discípulo, en cuya casa debíamos hospedarnos
16. Nos condujeron a casa de Mnason: Así traduce Nácar-Colunga de acuerdo con los más autorizados códices, lo que aclara la confusión de pensar que (a la inversa) Mnason fue traído a Pablo. Esto implicaría el doble absurdo de una etapa directa a Jerusalén sin pasar por Chipre y de suponer que en Jerusalén centro de la cristiandad, no tuviese Pablo dónde alojarse.
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Acogida en Jerusalén

17Llegados a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo, 18Al día siguiente, Pablo, juntamente con nosotros, visitó a Santiago, estando presentes todos los presbíteros
18. Santiago: el Menor, entonces Obispo de Jerusalén (cf. 12, 17; 15, 13). Con esta ocasión San Pablo, entregó el resultado de la colecta hecha en Asia Menor y Grecia para los hermanos de Jerusalén (24, 17). Todos los presbíteros (cf. 20, 17 y 28): prueba de que la visita de Pablo era un acontecimiento para la Iglesia madre.
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19Los saludó y contó una por una las cosas que Dios había obrado entre los gentiles por su ministerio. 20Ellos, habiéndolo oído, glorificaban a Dios, mas le dijeron: “Ya ves, hermano, cuántos millares, entre los judíos, han abrazado la fe, y todos ellos son celosos de la Ley
20. Estos millares son los judíos-cristianos que siguen aún la Ley de Moisés y miran con cierta preocupación judaizante (Ga. 2, 4) el modo libérrimo de S. Pablo en la conversión de los gentiles. Allanándose a veces a los antiguos usos, para no escandalizar a los pusilánimes, el Apóstol predica abiertamente su inutilidad frente a la Ley de gracia que viene de la fe en Cristo. Véase el cap. 15 y sus notas.
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21Pues bien, ellos han oído acerca de ti que enseñas a todos los judíos de la dispersión, a apostatar de Moisés, diciendo que no circunciden sus a hijos ni caminen según las tradiciones. 22¿Qué hacer, pues? De todos modos oirán que tú has venido. 23Haz por tanto esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que están obligados por un voto. 24Tómalos y purifícate con ellos, y págales los gastos para que se hagan rasurar la cabeza; entonces sabrán todos que no hay nada de las cosas que han oído sobre ti, sino que tú también andas en la observancia de la Ley
24. El consejo del Apóstol Santiago tiene por objeto evitar una persecución en Jerusalén. Por eso propone a Pablo documentar públicamente su adhesión a la costumbre de los padres, agregándose a los cuatro hombres que en aquellos días cumplían el voto de nazareato (cf. 18, 18 y nota). El papel de Pablo sería acompañar a los cuatro y pagar por ellos las costas del sacrificio, que consistía en un cordero, una oveja y un cabrito (Nm. 6, 14 ss.).
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25Mas en cuanto a los gentiles que han abrazado la fe, nosotros ya hemos mandado una epístola, determinando que se abstengan de las carnes sacrificadas a los ídolos, de la sangre, de lo ahogado y de la fornicación”
25. Es decir, habían cumplido lo dispuesto por el Concilio, que los liberaba de las prescripciones judías, salvo estas excepciones (15, 23 ss.).
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26Entonces Pablo, tomando a los hombres, se purificó con ellos al día siguiente y entró en el Templo, anunciando el vencimiento de los días de la purificación, hasta que se ofreciese por cada uno de ellos la ofrenda
26. “Pablo, fiel a su principio de hacerse todo para todos (1 Co. 9, 22) cuando no estaba en juego la verdad doctrinal, accede al consejo que le daban los jefes de la comunidad” (Boudou). No sabemos si tuvo éxito entre los judaizantes, pues la persecución que le sobrevino (v. 27 ss.) fue de los judíos. Cf. 26, 17 y nota.
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E. CAUTIVIDAD DE SAN PABLO EN CESAREA Y ROMA

Tumulto del pueblo contra Pablo

27Estando para cumplirse los siete días, lo vieron los judíos de Asia en el Templo, y alborotando todo el pueblo le echaron mano, 28gritando: “¡Varones de Israel, ayudadnos! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, y contra la Ley, y contra este lugar; y además de esto, ha introducido a griegos en el Templo, y ha profanado este lugar santo”
28. A los paganos les estaba prohibido, bajo pena de muerte, el ingreso a los atrios interiores del Templo. Cf. 6, 13; 24, 6.
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29Porque habían visto anteriormente con él en la ciudad a Trófimo, efesio, y se imaginaban que Pablo le había introducido en el Templo. 30Conmoviose, pues, toda la ciudad, y se alborotó el pueblo; después prendieron a Pablo y lo arrastraron fuera del Templo, cuyas puertas en seguida fueron cerradas
30. Sirviendo el Templo de asilo para los perseguidos, cerraron las puertas para que Pablo no pudiera refugiarse en él.
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31Cuando ya trataban de matarle, llegó aviso al tribuno de la cohorte, de que toda Jerusalén estaba revuelta. 32Este, tomando al instante soldados y centuriones, bajó corriendo hacia ellos. En cuanto vieron al tribuno y a los soldados, cesaron de golpear a Pablo. 33Entonces acercándose el tribuno, le prendió, mandó que le atasen con dos cadenas, y le preguntó quién era y qué había hecho. 34De entre la turba unos voceaban una cosa, y otros otra, mas no pudiendo él averiguar nada con certeza, a causa del tumulto, mandó conducirlo a la fortaleza
34. A la fortaleza Antonia, situada en la parte norte del Templo.
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35Al llegar (Pablo) a las gradas, los soldados hubieron de llevarlo en peso por la violencia de la turba, 36porque seguía la multitud del pueblo, gritando: “¡Quítalo!” 37Estando ya Pablo para ser introducido en la fortaleza, dijo al tribuno: “¿Me es permitido decirte una cosa?” Él contesto: “¿Tú sabes hablar griego?
37. El tribuno romano Claudio Lisias, cuya lengua era el griego, se sorprende al oír la corrección con que Pablo se expresa en ese idioma.
38¿No eres pues aquel egipcio que hace poco hizo un motín y llevó al desierto los cuatro mil hombres de los sicarios?”
38. Alude a un impostor llamado el Egipcio, revoltoso contra Roma, de que habla el historiador Josefo. Sicarios viene del latín sicca: puñal.
39A lo cual dijo Pablo: “Yo soy judío, de Tarso en Cilicia, ciudadano de una no ignorada ciudad; te ruego me permitas hablar al pueblo”
39. El humilde Pablo, que no obstante despreciarlo todo y afrontar por Cristo cualquier ignominia (2 Co. 11, 23-28), sabe defenderse cuando es para gloria de su Señor.
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40Permitiéndoselo él, Pablo, puesto de pie en las gradas, hizo señal con la mano al pueblo; y cuando se hizo un gran silencio, les dirigió la palabra en hebreo
40. En hebreo: es decir, en el hebreo vulgar, o mejor dicho, en lengua aramea, que en aquel entonces era la corriente entre los judíos.
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