John 2

II. VIDA PÚBLICA DE JESÚS

Las bodas de Caná

1Al tercer día hubo unas bodas en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 2Jesús también fue invitado a estas bodas, como asimismo sus discípulos. 3Y llegando a faltar vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. 4Jesús le dijo: “¿Qué (nos va en esto) a Mí y a ti, mujer? Mi hora no ha venido todavía”
4. Jesús pone a prueba la fe de la Virgen, que fue en ella la virtud por excelencia (19, 25 y nota; Lc. 1, 38 y 45) y luego adelanta su hora a ruego de su Madre. Según una opinión que parece plausible, esta hora era simplemente la de proveer el vino, cosa que hacían por turno los invitados a las fiestas nupciales, que solían durar varios días.
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5Su madre dijo a los sirvientes: “Cualquier cosa que Él os diga, hacedla”. 6Había allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos, que contenían cada una dos o tres metretas
6. Una metreta contenía 36,4 litros.
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7Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua”; y las llenaron hasta arriba. 8Entonces les dijo: “Ahora sacad y llevad al maestresala”; y le llevaron. 9Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, cuya procedencia ignoraba —aunque la conocían los sirvientes que habían sacado el agua—, llamó al novio 10y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el buen vino, y después, cuando han bebido bien, el menos bueno; pero tú has conservado el buen vino hasta este momento”. 11Tal fue el comienzo que dio Jesús a sus milagros, en Caná de Galilea; y manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.

Defensa del templo

12Después de esto descendió a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos
12. Entre los judíos todos los parientes se llamaban hermanos (Mt. 12, 46 y nota). Jesús no los tenía y lo vemos confiar el cuidado de su madre a su primo Juan (Jn. 19, 26).
y sus discípulos, y se quedaron allí no muchos días.
13La Pascua de los judíos estaba próxima, y Jesús subió a Jerusalén. 14En el Templo encontró a los mercaderes de bueyes, de ovejas y de palomas, y a los cambistas sentados (a sus mesas)
14. Estos mercaderes que profanaban la santidad del Templo, tenían sus puestos en el atrio de los gentiles. Los cambistas trocaban las monedas corrientes por la moneda sagrada, con la que se pagaba el tributo del Templo. Cf. Mt. 21, 12 s.; Mc. 11, 15 ss.; Lc. 19, 45 ss.
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15Y haciendo un azote de cuerdas, arrojó del Templo a todos, con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los cambistas y volcó sus mesas. 16Y a los vendedores de palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no hagáis de la casa de mi Padre un mercado”
16. El evangelio es eterno, y no menos para nosotros que para aquel tiempo. Cuidemos, pues, de no repetir hoy este mercado, cambiando simplemente las palomas por velas o imágenes.
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17Y sus discípulos se acordaron de que está escrito: “El celo de tu Casa me devora”
17. Cf. Sal. 68, 10; Mal. 3, 1-3.
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18Entonces los judíos le dijeron: “¿Qué señal nos muestras, ya que haces estas cosas?”
18. A los ojos de los sacerdotes y jefes del Templo, Jesús carecía de autoridad para obrar como lo hizo. Sin embargo, con un ademán se impuso a ellos, y esto mismo fue una muestra de su divino poder, como observa S. Jerónimo.
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19Jesús les respondió: “Destruid este Templo, y en tres días Yo lo volveré a levantar”
19. Véase Mt. 26, 61.
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20Replicáronle los judíos: “Se han empleado cuarenta y seis años en edificar este Templo, ¿y Tú, en tres días lo volverás a levantar?” 21Pero Él hablaba del Templo de su cuerpo. 22Y cuando hubo resucitado de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto, y creyeron a la Escritura y a la palabra que Jesús había dicho.

23Mientras Él estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los milagros que hacía. 24Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque a todos los conocía
24 s. Lección fundamental de doctrina y de vida. Cuando aún no estamos familiarizados con el lenguaje del divino Maestro y de la Biblia en general, sorprende hallar constantemente cierto pesimismo, que parece excesivo, sobre la maldad del hombre. Porque pensamos que han de ser muy raras las personas que obran por amor al mal. Nuestra sorpresa viene de ignorar el inmenso alcance que tiene el primero de los dogmas bíblicos: el pecado original. La Iglesia lo ha definido en términos clarísimos (Denz. 174-200). Nuestra formación, con mezcla de humanismo orgulloso y de sentimentalismo materialista, nos lleva a confundir el orden natural con el sobrenatural, y a pensar que es caritativo creer en la bondad del hombre, siendo así que en tal creencia consiste la herejía pelagiana, que es la misma de Jean Jacques Rousseau, origen de tantos males contemporáneos. No es que el hombre se levante cada día pensando en hacer el mal por puro gusto. Es que el hombre, no solo está naturalmente entregado a su propia inclinación depravada (que no se borró con el Bautismo), sino que está rodeado por el mundo enemigo del Evangelio, y expuesto además a la influencia del Maligno, que lo engaña y le mueve al mal con apariencia de bien. Es el “misterio de la iniquidad”, que S. Pablo explica en 2 Ts. 2, 6. De ahí que todos necesitemos nacer de nuevo (3, 3 ss.) y renovarnos constantemente en el espíritu por el contacto con la divina Persona del único Salvador, Jesús, mediante el don que Él nos hace de su Palabra y de su Cuerpo y su Sangre redentora. De ahí la necesidad constante de vigilar y orar para no entrar en tentación, pues apenas entrados, somos vencidos. Jesús nos da así una lección de inmenso valor para el saludable conocimiento y desconfianza de nosotros mismos y de los demás, y muestra los abismos de la humana ceguera e iniquidad, que son enigmas impenetrables para pensadores y sociólogos de nuestros días y que en el Evangelio están explicados con claridad transparente. Al que ha entendido esto, la humildad se le hace luminosa, deseable y fácil. Véase el Magníficat (Lc. 1, 46 ss.) y el Sal. 50 y notas.
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25y no necesitaba de informes acerca del hombre, conociendo por sí mismo lo que hay en el hombre.
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