Psalms 18

Dos biblias: la naturaleza y la palabra

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1. Este Salmo se compone de dos partes distintas en estilo, ritmo y materia, cantando el poeta inspirado, en la primera (versículos 2-7), la gloria del Señor tal cual se manifiesta en la naturaleza, mientras en la segunda parte ensalza la santa Ley y las doctrinas por Dios reveladas.
Al maestro de coro. Salmo de David.
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2. Los cielos atestiguan: como una prueba viviente para todo el que no quiera cegarse. Deduzcamos de aquí una gran enseñanza que San Pablo confirma: el que no reconoce en la naturaleza la realidad de Dios “es inexcusable” (Romanos 1, 20). Vano será entonces darle argumentos filosóficos si no se rinde a las Palabras reveladas, que son fuerza divina (Romanos 1, 16) y que dan la evidencia interior de la verdad (Juan 4, 42) a todo el que quiera verla con rectitud (Juan 7, 17). El que no es recto no quiere ver la verdad (Juan 3, 19) y entonces es inútil predicarle, pues no entendería (Sabiduría 1, 3-5; Mateo 5, 8; 11, 25). Así se explica que Jesús, cuya consigna por excelencia fue la de predicar el Evangelio (Marcos 16, 15), nos diga sin embargo que dar perlas a los cerdos es inútil y también peligroso (Mateo 7, 6). Dios se resiste a los soberbios (Santiago 4, 6) y es porque, como hemos visto, los soberbios le resisten a Él. ¿No es sorprendente que de las cuatro tierras de la parábola del Sembrador (Mateo 13, 1 ss.) una sola dé fruto? Por eso, en este siglo perverso, hemos de callar a veces “aun lo bueno” (Salmo 38, 3). Cf. Salmos 118, 16; 119, 5 ss. y notas. Predica, aunque sin palabras (versículo 4), pues trasmite en la sucesión de los días y de las noches (versículo 3) el testimonio con que las creaturas, por el solo hecho de existir, confiesan al Creador y lo alaban como diciéndole con el Salmo 8: “¡Oh Yahvé, Señor nuestro, cuan admirable es tu Nombre en toda la tierra!” Cf. Salmo 103 y notas. Hasta la noche, por oscura que sea, repite, en el misterioso lenguaje de su silencio, el mensaje que todas las cosas creadas se trasmiten unas a otras.
Los cielos atestiguan la gloria de Dios;
y el firmamento predica las obras
que Él ha hecho.
3Cada día transmite
al siguiente este mensaje,
y una noche lo hace conocer a la otra.
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4. Es decir que, como lo expresa San Pablo (Romanos 1, 18-20), nadie puede excusarse de no entender ese mensaje de las creaturas pues aunque no tenga el valor de las palabras expresas de la divina Escritura (versículo 8 ss.), donde la Revelación nos descubre los secretos del orden sobrenatural (cf. Salmo 17, 31 y nota), está empero lejos de ser inaccesible, ya que lo percibimos en todas partes (versículo 5). San Pablo nos enseña también (I Corintios 14, 10) que todas las cosas tienen voz. Y en Romanos 10, 18 cita el versículo 5, aplicándolo por analogía a la predicación de los apóstoles.
Si bien no es la palabra,
tampoco es un lenguaje
cuya voz no pueda percibirse.
5Por toda la tierra se oye su sonido,
y sus acentos hasta los confines del orbe.
Allí le puso tienda al sol,
6que sale como un esposo de su tálamo,
y se lanza alegremente cual gigante
a recorrer su carrera.
7
7. Así anuncia Jesús su Parusía, que se realizará con la rapidez del relámpago (Mateo 24, 27). Admiremos este don del sol, tan magníficamente descrito. La costumbre de verlo cada día nos hace olvidar sus incalculables beneficios, como que es imagen de nuestro Padre celestial (véase la introducción al Libro de la Sabiduría). Agradezcámoslo como nos lo enseña el Eclesiástico 42, 15-16; 43, 2-5.
Parte desde un extremo del cielo,
y su giro va hasta el otro extremo;
nada puede sustraerse a su calor.
8
8 ss. Comienza aquí el elogio de la Palabra divina. Cf. Salmo 118, en el que se describe su preexcelencia de manera maravillosa. Ley, testimonios, enseñanzas, juicios, etc., son allí otros tantos términos para indicar la Palabra de Dios; cada uno de ellos refleja un nuevo aspecto de la divina Revelación, que la piedad del salmista, divinamente inspirado, nos descubre y ofrece a nuestro deleite y provecho. Hace sabio al hombre sencillo: Es decir, que el recto de corazón, aunque sea ignorante, tiene la verdadera capacidad espiritual y luces de oración para entender los pensamientos de Dios y nutrirse de ellos. Es este un concepto que la Escritura se complace en repetir de mil maneras (cf. Salmo 118, 130; Proverbios 1, 4; Sabiduría 10, 21; Lucas 10, 21; I Corintios 3, 18 y notas) y que San Pablo aplica al decir que Dios no está lejos de ninguno, como que en Él vivimos y nos movemos y somos (Hechos 17, 27 s.).
La Ley de Yahvé es perfecta,
restaura el alma.
El testimonio de Yahvé es fiel,
hace sabio al hombre sencillo.
9Los preceptos de Yahvé son rectos,
alegran el corazón.
La enseñanza de Yahvé es clara,
ilumina los ojos.
10
10. El temor: Es decir, como observa Páramo, la Ley o Palabra de Dios, en cuanto engendra en el hombre la reverencia. Esa palabra de Dios permanece para siempre: Así también lo dice explícitamente San Pedro (I Pedro 1, 23 y 25). De modo que el lenguaje que se habla en el cielo es el que tenemos a nuestro alcance en las divinas Escrituras (Salmo 118, 89), por donde se comprende que el amor a la Palabra, “Evangelio eterno” (Apocalipsis 14, 6), sea señal de elección.
El temor de Yahvé es santo,
permanece para siempre.
Los juicios de Yahvé son la verdad,
todos son la justicia misma,
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11. Codiciables: Cf. Salmo 118, 14, 72, 127 y 162; Proverbios 3, 13-15; 8, 10 y 19; Sabiduría 7, 8-11; Job 28, 12-19. Sabrosos: Cf. Salmo 118, 103; Proverbios 16, 24; Ezequiel 3, 3; Eclesiástico 24, 27.
más codiciables que el oro,
oro abundante y finísimo;
más sabrosos que la miel
que destila de los panales.
12También tu siervo
es iluminado por ellos,
y en su observancia
halla gran galardón.
13Mas ¿quién es el
que conoce sus defectos?
Purifícame de los que no advierto.
14
14. Nótese que esta soberbia se presenta aquí como vinculada al menosprecio de la Palabra (cf. Salmo 1, 5). No se trata ya de blasfemia expresa, sino de la prescindencia indiferente, y en verdad “no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio”. El que de tal soberbia se libra quedará fácilmente exento del pecado, pues será obediente a la fe (II Corintios 10, 5), la cual obra por la caridad (Gálatas 5, 6), que es la plenitud de la Ley (Romanos 13, 10).
Preserva a tu siervo,
para que nunca domine
en mí la soberbia.
Entonces seré íntegro,
y estaré libre del gran pecado.
15Hallen favor ante Ti
estas palabras de mi boca
y los anhelos de mi corazón,
oh Yahvé, Roca mía
y Redentor mío.
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