Psalms 54

Ansias de huir a la soledad

1
1. Sobre el epígrafe véase Salmos 31, 1; 53, 1 y notas.
Al maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. Maskil de David.
2Escucha oh Dios, mi oración,
y no te escondas de mi súplica.
3
3. Trascienden a través de estas estrofas las ansiedades que David experimentó en los días más tristes de su vida, cuando los enemigos, entre ellos probablemente también su hijo Absalón (versículo 14), sembraban desolación y ruina en las calles de Jerusalén. En sentido típico este Salmo de tan dolorosas experiencias se aplica a Jesucristo vendido por Judas (versículo 14 y nota). Las palabras entre corchetes son un agregado que alarga el estiquio y no añade, antes bien quita fuerza a la expresión.
Atiéndeme, inclina tu oído.
Vago gimiendo y sobresaltado
[y estoy turbado]
4
4. Alusión a los gritos del pueblo rebelde e instigado por agitadores, que pide la muerte del rey. Pintura anticipada de aquella escena ante el tribunal de Pilato, donde los soldados romanos lo llenan de golpes e injurias mientras el pueblo judío, que antes lo seguía y lo aclamaba como rey, movido por la Sinagoga, grita a voces: “¡Crucifícale!” (Mateo 27, 23).
ante las amenazas del enemigo
y la opresión del inicuo;
se acumulan calamidades sobre mí
y me asaltan con furor.
5El corazón tiembla en mi pecho,
y me acometen mortales angustias.
6El temor y el terror me invaden,
y me envuelve el espanto.
7
7 ss. Véase Jeremías 9, 2 s. Ansia de soledad y silencio, lejos de los horrores de la ciudad (cf. Eclesiástico 7, 16 y nota); envidiable vocación que nos brinda la mejor parte, la de María, la que nadie nos disputará, porque el mundo prefiere la ciudad, inventada por Caín (Génesis 4, 17). En el retiro nos habla Dios al corazón (Cantar de los Cantares 1, 8; 8, 5; Oseas 2, 14) y su palabra nos da el Espíritu “que siempre está pronto” (Mateo 26, 41; II Timoteo 3, 16 s.) y que produce fruto infaliblemente (Salmo 1, 1-3). He aquí la escondida senda de los sabios. Cf. Eclesiástico 39, 1-3.
Y exclamo: “¡Oh si tuviera yo alas
como la paloma
para volar en busca de reposo!”
8Me iría bien lejos a morar en el desierto.
9Me escaparía al instante
del torbellino y de la tempestad.
10
10. Piérdelos: Literalmente: trágalos, aludiendo quizás al castigo de Coré y los levitas (cf. versículo 16). Divide sus lenguas: Evidente alusión a Babel (Génesis 11, 7- 9).
Piérdelos, Señor; divide sus lenguas,
pues en la ciudad
veo la violencia y la discordia
11
11. Extraña ronda de protección, imagen de la turbulencia y anarquía que reina en la ciudad y que puede aplicarse a tantas situaciones de la historia. El rey parece perdido. Solo Dios puede sacarlo de la ruina inminente.
rondar día y noche sobre sus muros;
y en su interior hay opresión y ruina.
12La insidia impera en medio de ella,
y de sus plazas no se apartan
la injuria y el engaño.
13Si me insultara un enemigo,
lo soportaría;
si el que me odia
se hubiese levantado contra mí,
me escondería de él simplemente.
14
14. Se trata sin duda de Aquitófel “consejero y compañero de mesa del rey” (II Reyes 15, 6 ss.). Este traidor, cuya felonía es tanto más dolorosa para el amigo cuanto mayor era la intimidad, es figura de Judas (cf. Salmo 40, 10 y nota).
Pero eres tú, mi compañero,
mi amigo y mi confidente,
15con quien vivía yo en dulce intimidad,
y subíamos en alegre consorcio
a la casa de Dios.
16
16. Vivos aún desciendan al sepulcro: Como en el caso de Coré, Datán y Abirón, a quienes tragó la tierra (Números cap. 21). Y en ellos mismos, o, en medio de ellos: Probablemente fue añadido como glosa.
Sorpréndalos la muerte;
vivos aún desciendan al sepulcro,
porque la maldad reina en sus moradas
[y en ellos mismos].
17Mas yo clamaré a Dios,
y Yahvé me salvará.
18
18. Alude a los tres tiempos en que solían rezarse las oraciones cotidianas en el Templo y en la casa del rey. Estos lamentos y gemidos, muy frecuentes en el pueblo escogido y en los amigos de Dios, muestran que no es malo quejarse como un hijo débil. Al Padre celestial le agrada consolarnos. Véase Job capítulo 6. El estoicismo no es espíritu cristiano, porque se funda en la soberbia que confía en sí misma.
Me lamentaré y lloraré
a la tarde, a la mañana, a mediodía,
y Él oirá mi voz.
19Me sacará sano y salvo de los asaltos,
aunque son muchos contra mí.
20Me escuchará Dios y los humillará
Él, que es eternamente.
Porque no hay modo de convertirlos,
y no temen a Dios.
21Cada cual levanta su mano
contra el amigo,
y violan la fe jurada.
22
22. Esta elocuencia que abunda en los Salmos para pintar al vivo la humana iniquidad, suele parecer excesiva y pesimista al que no está familiarizado con la Escritura y penetrado de nuestra innata decadencia a causa del pecado. Muy a menudo la olvidamos o llegamos a creer que Cristo la borró automáticamente con su muerte. Grave error que falsea no pocas veces nuestra vida espiritual. Jesús, el Maestro manso y humilde de corazón, fue más crudo que nadie para dejar bien sentada la triste verdad de que por naturaleza estamos inclinados al mal (cf. Juan 2, 24 y nota). Su bondad infinita y su misericordia, hija de un verdadero amor, no fueron para elogiarnos como buenos sino a la inversa para perdonarnos si confesamos nuestra miseria (I Juan 1, 8 s.), pues vino a buscar a los pecadores (cf. Lucas 5, 32 y nota). Véase también en Eclesiástico 12, 10; 19, 24; 26, 12; 27, 14, etc., varios datos preciosos para conocer en el trato diario la doblez de los hombres, precisamente cuando se muestran tan amables.
Más blando que manteca es su rostro,
pero su corazón es feroz;
sus palabras, más untuosas que el aceite,
son espadas desnudas.
23
23 s. No se cansa Dios de repetirnos la invitación a que confiemos en Él (cf. I Pedro 5, 7) y la promesa de que Él obrará maravillas a cambio de esa confianza (cf. Salmos 32, 22; 36, 5 y el caso del rey Asá en II Paralipómenos 16, 12 s). Jesús lleva esa promesa al máximo imaginable (Mateo 6, 30 ss.), pero allí mismo nos llama “de poca fe”, porque ve muy bien que nos falta la confianza absoluta. A través de toda la Biblia nos enseña Dios que el progreso en la vida espiritual no responde a tal o cual fórmula de ascética más o menos técnica, sino simplemente a creer más. Y esa fe, que también es don del Padre, crece en la medida en que crecemos en el conocimiento de sus palabras, pues eso es precisamente la fe: el crédito y asentimiento prestado a la palabra de Dios que revela. Se refiere de un santo que en sus últimos años le decía a Dios: “Padre, estoy empezando a creer que es verdad lo que Tú me dices en la Escritura: que me quieres como a hijo y me prometes lo mismo que a tu Hijo Jesús.” Y como un compañero se extrañase de que recién empezara a creer, le contestó el santo: “Si yo supiera creer en eso de veras, aunque solo fuese tanto como solemos creer en las promesas de otro hombre, ya me habría muerto de felicidad. ¿Quieres más prueba de que nuestra fe no es ni siquiera como el grano de mostaza? (Mateo 17, 20). Y sin embargo ese es el único pecado de que no nos acusamos nunca ante Dios, porque no creemos cometerlo, y aun somos capaces de decir: ‘yo tengo mucha fe’.” Y agregaba: “Lo que más nos halaga a todos es que nos quieran, y sobre todo las personas importantes o los príncipes. Viene Jesús y nos dice que su Padre nos ama tanto como a Él y que Él nos ama como lo ama a Él su Padre. Y nosotros leemos esto y seguimos tan indiferentes. ¿Por qué, sino porque no lo creemos? ¿Te sorprende ahora que yo esté recién empezando a creer?”
Deja tu cuidado a cargo de Yahvé,
y Él te sostendrá.
Nunca permitirá que el justo caiga;
24mas a ellos, oh Dios,
los harás descender a la fosa.
No llegarán a la mitad de sus días
esos hombres sanguinarios y fraudulentos.
Yo, empero, pongo en Ti mi confianza, oh Señor.
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