Romans 3

Los privilegios de los judíos y su incredulidad

1¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? o ¿qué aprovecha la circuncisión? 2Mucho en todo sentido; porque primeramente les fueron confiados los oráculos de Dios
2. Con todo, los judíos aventajan a los gentiles porque Dios les ha entregado los oráculos, es decir, las Sagradas Escrituras, que contienen las divinas promesas y dan testimonio del Mesías. El mérito no es, pues, de los judíos; su prerrogativa consiste más bien en haber sido objeto de un especial don y beneficio que Dios realizó al elegirlos como portadores de la Revelación a través de los siglos anteriores a Cristo.
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3¿Qué importa si algunos de ellos permanecieron incrédulos? ¿Acaso su incredulidad hará nula la fidelidad de Dios? 4De ninguna manera. Antes bien, hay que reconocer que Dios es veraz, y todo hombre mentiroso, según está escrito: “Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando vengas a juicio”
4. Véase Sal. 115, 11. Por el pecado de Israel se ha manifestado que solo Dios es veraz y fiel. Esta conexión aparentemente paradójica, entre el pecado del hombre y la manifestación de la justicia y verdad de Dios, la muestra San Pablo citando el Salmo 50, 6, según los Setenta.
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5Mas si nuestra injusticia da realce a la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será acaso Dios injusto si descarga su ira? —hablo como hombre—. 6No por cierto. ¿Cómo podría entonces Dios juzgar al mundo? 7Pues si la veracidad de Dios, por medio de mi falsedad, redunda en mayor gloria suya, ¿por qué he de ser yo aun condenado como pecador? 8Y ¿por qué no (decir), según nos calumnian, y como algunos afirman que nosotros decimos: “Hagamos el mal para que venga el bien”? Justa es la condenación de los tales
8. Ya en su tiempo se combatía esta doctrina, demasiado sublime para que la admitan los que no piensan bien de Dios (Sb. 1, 1). ¿Cómo pretender, y S. Pablo lo enseña claramente, el absurdo de que la fe en la gracia y misericordia de un Dios amante (Ef. 2, 4) pueda llevarnos a ofenderlo? Pues esa fe es precisamente la que nos hace obrar por amor (Ga. 5, 6). No es otra cosa lo que enseña Santiago al decirnos que las obras son la prueba de que uno tiene fe (St. 2, 18).
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Todos estamos sujetos al pecado

9¿Qué decir entonces? ¿Tenemos acaso alguna ventaja nosotros? No, de ningún modo, porque hemos probado ya que tanto los judíos como los griegos, todos, están bajo el pecado
9. Judíos y gentiles son parecidos en el pecado. La Ley no es capaz de justificar al hombre, puesto que no da la gracia necesaria para cumplir los preceptos que impone. En cambio el Evangelio de Jesucristo trae aparejada la gracia para los que creen en Él (1, 16; Jn. 1, 17) porque es ley del Espíritu de vida en Cristo (8, 2; Jn. 6, 63).
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10según está escrito: “No hay justo, ni siquiera uno
10. Los versículos 10-18 son citas de los Salmos y del Profeta Isaías. Véase Sal. 5, 11; 9, 7; 3, 1 ss.; 35, 2; 52, 2 ss.; 139, 4; Is. 59, 7. En estos textos se prueba la apostasía general, la impiedad de los judíos y de los paganos. El Apóstol cita estos pasajes no por puro afán de acusar, sino “para abrir a los oyentes una espléndida puerta hacia la fe”.
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11no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. 12Todos se han extraviado, a una se han hecho inútiles; no hay quien haga el bien, no hay ni uno siquiera. 13Sepulcro abierto es su garganta, con sus lenguas urden engaño, veneno de áspides hay bajo sus labios, 14su boca rebosa maldición y amargura. 15Veloces son sus pies para derramar sangre; 16destrucción y miseria están en sus caminos; 17y el camino de la paz no lo conocieron. 18No hay temor de Dios ante sus ojos”.

19Ahora bien, sabemos que cuanto dice la Ley, lo dice a los que están bajo la Ley, para que toda boca enmudezca y el mundo entero sea reo ante Dios
19. El mundo entero: todo hombre, no solo el gentil sino también el judío, lo cual implica una condenación de la arrogancia del pueblo escogido. Todos necesitaban igualmente la gracia, como un reo desvalido e incapaz de defender su causa necesita de un abogado que lo defienda y patrocine.
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20dado que por obras de la Ley no será justificada delante de Él carne alguna; pues por medio de la Ley (nos viene) el conocimiento del pecado
20. Por medio de la Ley nos viene el conocimiento del pecado: “De nuevo se lanza contra la Ley pero con más suavidad, pues lo que aquí dices no acusa a la Ley, sino a la desidia de los judíos; sin embargo, como va a hablar de la fe insiste en la flaqueza e inutilidad de la Ley. Pues si te empeñas en gloriarte de la Ley, dice, ella más bien te avergüenza manifestando y condenando tus pecados... Luego también será mayor el suplicio de los judíos. Pues la acción de la Ley fue esta: darte conocimiento del pecado. El evitarlo, a tu cuenta quedaba: si no lo hiciste, te acarreaste mayor castigo” (S. Crisóstomo).
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La justificación por la fe

21Mas ahora, aparte de la Ley, se ha manifestado (cuál sea la) justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los Profetas: 22justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos lo que creen —pues no hay distinción alguna
22. La salvación solo es posible por la fe en Jesucristo nuestro único Mediador, quien haciéndose víctima en la cruz, nos redimió y nos mereció la gracia de la justicia y salvación. No hay ninguna nación que en esto sea privilegiada (v. 29).
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23ya que todos han pecado y están privados de la gloria de Dios—, 24(los cuales son) justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es por Cristo Jesús
24. Por esto para todos hay un solo y mismo camino de justificación, que el hombre no puede ganar mediante sus propios esfuerzos porque es un don gratuito de Dios. Por la gracia nos convertimos en hijos de Dios como miembros vivientes de Cristo y participamos de sus méritos. Dice el Concilio de Trento: “Cristo derrama continuamente su virtud en los justos, como la cabeza lo hace con los miembros y la vid con los sarmientos. Dicha virtud precede siempre a las buenas obras, las acompaña y las sigue, dándoles un valor sin el cual en modo alguno podrían resultar del agrado de Dios ni meritorias” (Ses. VI, cap. 16). Cf. Conc. Trid. ses, VI, cap. 8. Véase 1 Co. 15, 50; 2 Co. 10, 17; Ef. 1, 6; 2, 8 s.; 2 Pe. 1, 4.
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25a quien Dios puso como instrumento de propiciación, por medio de la fe en su sangre, para que aparezca la justicia suya —por haberse disimulado los anteriores pecados 26en (el tiempo de) la paciencia de Dios— para manifestar su justicia en el tiempo actual, a fin de que sea Él mismo justo y justificador del que tiene fe en Jesús
26. Véase 1, 17 y nota. Esto nos hace entender la justicia de que habla Jesús en Mt. 6, 33.
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27¿Dónde, pues, el gloriarse? Excluido está. ¿Por cuál Ley? ¿la de las obras? No, sino por la Ley de la fe
27. Nótese cómo esta doctrina lleva eficazmente a la verdadera humildad (Ef. 2, 7; 1 Co. 2, 5; Denz. 174 ss.).
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28En conclusión decimos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley
28. Cf. Ga. 2, 16. No se refiere a las buenas obras de la caridad (1 Co. 13), en las cuales se manifiesta la fe (St. 2, 20-24), sino a las obras de la Ley, las que carecen de valor para la justificación. “San Pablo habla de las obras que preceden a la fe, Santiago de las que la siguen” (S. Agustín).
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29¿Acaso Dios es solo el Dios de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles; 30puesto que uno mismo es el Dios que justificará a los circuncisos en virtud de la fe y a los incircuncisos por medio de la fe
30. Adoremos la sabia providencia de Dios que dio a todos la capacidad de llegar a Él por la fe, a los judíos y a los gentiles. “Los judíos son justificados «en virtud de la fe», inherente a las promesas mesiánicas y como entrañada en ellas; los gentiles, en cambio, son justificados «por medio de la fe», como por un remedio que les vino de fuera” (Bover).
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31¿Anulamos entonces la Ley por la fe? De ninguna manera; antes bien, confirmamos la Ley.
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