Ezekiel 1
Circunstancias de la primera visión
1 ▼▼1. El año trigésimo: quizá de la era babilónica instituida por Nabucodonosor, es decir, en el año 593, quinto del destierro del rey Jeconías. Es este un punto muy discutido, y lo más seguro parece admitir que aquí se indica simplemente la edad del profeta. Cobar (hoy Chabur) se llama un tributario del Éufrates, en cuyas riberas se encontraban los desterrados del reino de Israel (IV Reyes 17, 6; 18, 11; I Paralipómenos 5, 26). Pero más probablemente se trata aquí del canal grande situado entre Nippur y Babilonia, que llevaba el nombre de Nahru Kabaru (Río Grande), hoy Schatt en Nil.
EI año trigésimo, el día cinco del cuarto mes, estando yo en medio de los cautivos, junto al río Cobar, se abrieron los cielos, y tuve visiones de Dios. 2El día cinco del mes, en el año quinto de la deportación del rey Jeconías, 3llegó la palabra de Yahvé al sacerdote Ezequiel, hijo de Buzí, en la tierra de los caldeos, junto al río Cobar; y estuvo allí sobre él la mano de Yahvé. 4 ▼▼4. Esta grandiosa y célebre visión de Dios no es la única que nos ofrecen las Sagradas Escrituras. Podría estudiarse quizá una “iconografía bíblica de Dios” a través de los datos que contienen esas distintas visiones o teofanías, desde la zarza ardiente (Éxodo 3, 2 ss.), hasta el trono de Dios según la suprema Revelación hecha a San Juan en Apocalipsis capítulos 4 y 5 (véase la nota siguiente). En algunas se distingue claramente las divinas Personas del Padre y del Hijo. En otras, como en el éxtasis de Isaías (Isaías 6, 1), el profeta ve a Dios en forma humana sentado en trono real, y no lo llama Yahvé como suele llamarse al Padre (cf. Juan 8, 54 y nota), sino Adonai, o sea “el Señor”, como San Pablo llama a Jesús a diferencia del Padre (cf. I Corintios 1, 3; 8, 6, etc.), lo cual parece querer confirmar San Juan cuando nos dice que en dicho pasaje (Isaías 6, 9 s.) Isaías vio su gloria (la de Cristo) y anunció la ceguera que existiría a este respecto (Juan 12, 39-41). Torbellino, nube, fuego, indican la presencia de Dios (véase versículo 26 s. y nota; cf. Éxodo 13, 21; III Reyes 8, 10; 19, 11 ss.; Nahúm 1, 3; Mateo 17, 5; Hechos 1, 9). Un metal brillante (La Vulgata: apariencia de electro): traducción aproximativa de una palabra hebrea cuyo sentido es oscuro. Otros vierten: refulgencia de bronce acicalado; una imagen de ámbar; bronce en ignición, etc.
Miré y vi cómo venía del norte un torbellino, una gran nube y un fuego que se revolvía dentro de sí mismo. Alrededor de ello había un resplandor y en su centro algo semejante a un metal brillante que salía del medio del fuego. Los cuatro animales misteriosos
5 ▼▼5. Cuatro seres, vivientes: Otra traducción: cuatro animales: Cf. Apocalipsis 4, 7 s. Es la visión de los querubines (cf. 10, 14-22), espíritus angélicos que formaban el carro del Señor Dios (Salmo 17, 11), quien “se sienta sobre los querubines” (I Reyes 4, 5; Salmo 79, 2; Isaías 37, 16). Estaban representados, tanto en el Arca (cf. Éxodo 25, 18 ss. y nota), como en el Oráculo del Templo de Salomón (cf. III Reyes 6, 23 ss.); allí en esculturas de oro puro, labrado a martillo; aquí de madera de olivo revestida de oro, etc., siendo de notar que tales representaciones plásticas constituyen una excepción en el culto de Israel, pues, por alejar al pueblo de la idolatría, en que tantas veces había de caer, Dios le había prohibido tales imágenes (véase Éxodo 20, 4; Deuteronomio 5, 8; Baruc 6, 1 ss. y notas). También se sirvió Dios de Querubines para custodiar las puertas del paraíso terrenal (véase Génesis 3, 24 y nota). Su semejanza gráfica con las figuras aladas asirio-babilónicas (Karibu) y quizá también con las que guardan el sarcófago del famoso Tutancamón en El Cairo, hace suponer la influencia de la tradición edénica. En esos pueblos, así como en otras religiones orientales, y señaladamente en los pensadores griegos, suelen hallarse ecos del Antiguo Testamento, según lo atestigua Filón de Alejandría, judío helenizante, y también los Padres de la Iglesia. Lo cual no obsta a que Dios pudiese mostrar a Ezequiel la visión hecha con elementos visuales que el profeta hubiese conocido habitualmente en Babilonia. No de otro modo son las representaciones que San Juan describe en el Apocalipsis, traducidas necesariamente a las limitadas apariencias que el hombre puede describir (como lo fue la misma Transfiguración del Señor en Marcos 9, 3 etc.), ya que Dios mismo enseña que ningún hombre puede ver directamente su Rostro sin morir (Éxodo 33, 20 y nota). De ahí que San Pablo no intente siquiera expresar lo que vio en su arrebato a lo que él llama el tercer cielo, y haga constar que no sabe si fue en su cuerpo o fuera del cuerpo (II Corintios 12, 2 ss.), citando además, en I Corintios 2, 9, las palabras de Isaías 64, 4 para mostrar que nunca hombre alguno vio ni pudo concebir lo que Dios prepara a los que lo aman; y en otra parte enseña que ahora solo vemos como por un espejo y oscuramente (I Corintios 13, 12). En cuanto a la diferencia entre los Querubines y los Serafines cf. Isaías 6, 2. Los cuatro seres animados que vio San Juan (Ap. 4, 6 ss.) tienen apariencia semejante a los Querubines, pero sus alas no son cuatro sino seis como las de los Serafines (cf. versículo 23 y nota), y cantan como estos el trisagio: “Santo, Santo, Santo.” Por lo expuesto vemos que la aplicación que de estas visiones desde el siglo II (San Ireneo) se hace a los cuatro Evangelistas es puramente simbólica y acomodaticia.
En el medio había la figura de cuatro seres vivientes, cuyo aspecto era este: tenían semejanza de hombre; 6y cada uno tenía cuatro caras, y cada uno cuatro alas. 7Sus pies eran derechos, y la planta de sus pies como la planta del pie de un becerro; y despedían centellas cual bronce bruñido, 8Tenían manos de hombre por debajo de sus alas a los cuatro lados; y (cada uno) de los cuatro tenía la (misma) cara y las (mismas) alas. 9 ▼▼9. Parece naturalmente prodigioso que puedan andar a un tiempo hacia los cuatro frentes, sin separarse ni desintegrarse. Hay aquí sin duda algo que, muy por encima de toda geometría euclidiana, y de toda concepción einsteiniana, es decir, más allá de lo que los matemáticos han podido concebir, demuestra que las cualidades de Dios, que Él nos revelará un día, se liberan de los conceptos de espacio y de tiempo que condicionan nuestros conceptos de orden natural; así como toda sucesión de tiempo desaparece en el presente perpetuo de la eternidad, así también quedará superada inimaginablemente nuestra noción actual de espacio y movimiento, y entonces entendemos, “sub specie aeternitatis”, lo que ahora supera a nuestra capacidad de concepción. Por eso el contacto con los Profetas bíblicos es de valor insuperable para despertar y avivar en nosotros el sentido del misterio (cf. I Corintios 2, 7) que, según lo hace notar Garrigou-Lagrange, está ausente con frecuencia del espíritu de muchos cuya religiosidad solo se cifra en las “prácticas” y tiende a mirar como poco menos que supersticiones las realidades de la vida sobrenatural, como por ejemplo los misterios del Apocalipsis. El Papa Pío IX citaba este pasaje ante una peregrinación de Toulouse el 30 de abril de 1876, proponiéndolo como un símbolo de la armonía del matrimonio cristiano, en el cual no ha de ser obstáculo la diversidad de temperamentos, pues vemos aquí que “la ferocidad del león marchaba de acuerdo con la prudencia del hombre, y la agilidad del águila con la lentitud del buey”.
Sus alas se tocaban la una con la otra. Cuando caminaban no mudaban de frente; cada uno caminaba cara adelante. 10Sus caras tenían esta forma: cara de hombre (por delante) , tenían también, cada uno de los cuatro, cara de león, a la derecha; cara de toro, a la izquierda; y cara de águila (atrás). 11Sus caras y sus alas se extendían hacia arriba; cada cual tenía dos (alas) que se juntaban con las del otro, y dos cubrían su cuerpo. 12Y caminaba, cada cual, cara adelante, a donde los llevaba el espíritu allí andaban; no mudaban de frente al caminar. 13Estos animales tenían el aspecto de ascuas encendidas, semejantes a antorchas que como fuego resplandeciente discurrían por en medio de esos seres vivientes; y del fuego salían relámpagos. 14Y los seres vivientes corrían y volvían cual fulgor de relámpago. Las cuatro ruedas llenas de ojos
15 ▼▼15 s. Se trataba de cuatro ruedas, o mejor dicho, carros. Cada una de las ruedas tenía, como expone San Jerónimo, cuatro fachadas o caras, atravesando una rueda la otra (versículo 16), de manera que formaban cuatro sectores y parecían ruedas esféricas. El mismo Doctor cree que las cuatro ruedas tenían impresas las cuatro imágenes o caras de los Querubines, esto es, la cara de un hombre, de un león, etc. Piedra de Tarsis: una piedra preciosa de procedencia española. Cf. Cantar de los Cantares 5, 14.
Mientras yo contemplaba a los seres vivientes, divisé una rueda sobre la tierra, junto a (cada uno de) los seres vivientes, a sus cuatro lados. 16Las ruedas y su forma eran semejantes a la piedra de Tarsis; una misma forma tenían las cuatro; y su aspecto y su estructura eran así como si una rueda estuviera atravesando a la otra. 17Al caminar iban hacia los cuatro lados; no mudaban de frente al caminar. 18 ▼▼18. La multitud de ojos por todas partes parece simbolizar la omnisciencia de Dios. Cf. Sabiduría 1, 7-10 y notas.
Sus llantas eran muy altas y causaban espanto; pues las llantas de las cuatro (ruedas) estaban llenas de ojos por todas partes. 19Cuando caminaban los seres vivientes, caminaban igualmente las ruedas a su lado; y cuando los seres vivientes se alzaban de la tierra, se alzaban también las ruedas. 20Iban adonde los llevaba el espíritu, pues el espíritu los impelía, y las ruedas se alzaban juntamente con ellos; porque había en las ruedas espíritu de vida. 21 ▼▼21. Espíritu de vida: Según el hebreo estaba en ellas el espíritu de los seres vivientes o Querubines, es decir, que las ruedas se movían por el espíritu de ellos, como ellos por el de Dios (versículo 12). Grandioso símbolo. Cf. Gálatas 5, 16-18.
Al caminar ellos, caminaban también ellas, y al detenerse ellos se detenían igualmente ellas, y cuando ellos se alzaban de la tierra, se alzaban las ruedas juntamente con ellos; porque había espíritu de vida en las ruedas. Aparición de la gloria del Señor
22 ▼▼22. Este firmamento que se extiende sobre los Querubines como plataforma del Trono de Dios (versículo 26), recuerda el oro transparente como cristal, que forma el piso de la Jerusalén celestial (Apocalipsis 21, 19 y 21). Una imagen natural y sugestiva para nuestra esperanza de “esa Jerusalén de arriba que es nuestra Madre” (Gálatas 4, 26), parece querer brindarnos Dios a menudo en esos esplendores, como de fuego y oro cristalino que el sol presenta en la hora del crepúsculo. Quizá por eso se llama hora de la oración, porque ese espectáculo, tan llamativo con sus colores de insuperable pureza —aunque solo suele ser observado y admirado de unos pocos (cf. Salmo 8, 2 y nota) — parece atraernos, al final del día transitorio, para que, en esa otra biblia que es la naturaleza, olvidemos todo lo que pasa, al recordar la belleza de Dios y la felicidad de nuestro destino eterno. Dios nos ha reservado estas maravillas para el final de nuestra existencia, que terminará en un instante cuando llegue el esperado día en que Jesús, después de habernos preparado un lugar y reservado la corona de la justicia venga, como Juez supremo, a tomar hacia Él (Juan 14, 3; I Tesalonicenses 4, 13-17) a todos aquellos “que aman su venida” (II Timoteo 4, 8). He aquí lo que hacía exclamar a los primeros cristianos: “Acuérdate, Señor; de tu Iglesia; líbrala de todo mal, consúmala en tu caridad, y de los cuatro vientos reúnela, santificada, en tu reino que para ella preparaste porque tuyo es el poder y la gloria en los siglos. ¡Venga la gracia, pase este mundo! ¡Hosanna al Hijo de David!, acérquese el que sea santo; arrepiéntase el que no lo sea. Maranatha (Ven, Señor). Amén.” (Didajé.)
Sobre las cabezas de los seres vivientes había algo semejante a un firmamento, como de cristal deslumbrante, que se extendía por encima de sus cabezas. 23 ▼▼23. Las alas son ciertamente de los símbolos más expresivos del espíritu. Los hombres nos sentimos aquí como privados de ellas y prisioneros, envidiando a los pájaros. Ya la antigüedad pagana expresó este anhelo de volar, forjando el mito de Ícaro, pero confesaba que sus alas, pegadas con cera, se derritieron al calor del sol, y el pretendido vuelo solo sirvió para caer de más alto. La Biblia divina nos muestra, en cambio, alas que no engañan, y podemos poner en ellas nuestra ambición, sin temor de que el más loco sueño llegue a superar la realidad. Interpretando a San Pablo (II Corintios 5, 13-14) dice un místico: “De tal manera nos apremia («urget nos») a gozar esa idea de que Cristo nos ama y nos hará más que los ángeles (pues que seremos semejantes a Él), que ante Dios Padre no tememos en estar locos, bien locos de felicidad («mente excedimus»), y solo nos mostramos cuerdos en cuanto lo requiere aquí abajo el apostolado tan desconocido de contagiar a otros la misma locura.”
Y por debajo del firmamento se extendían sus alas, una frente a la otra; cada uno tenía dos por un lado y por el otro; las cuales les cubrían el cuerpo. 24 ▼▼24 s. De aquí suponen algunos que estas alas en movimiento podrían ser dos más, fuera de las cuatro del versículo 23, en cuyo caso los Querubines tendrían dos alas más de las que vio el profeta mientras volaban, y podrían así identificarse con los Serafines (cf. versículo 5 ss. y nota). Salía una voz (versículo 25). Podía salir, tal vez, en un momento dado, es decir, cuando se pararon y bajaron sus alas. La repetición de estas últimas palabras no está en la versión griega de los Setenta.
Y oí el ruido de sus alas, cuando se movían, como estruendo de muchas aguas, como la voz del Todopoderoso; un estruendo tumultuoso, como el estruendo de un ejército. Cuando se detenían, plegaban sus alas; 25pues cuando salía una voz de encima del firmamento que estaba sobre sus cabezas, se detenían y plegaban sus alas. 26 ▼▼26 ss. Descripción de la aparición de Dios, que continúa en los versículos siguientes. El trono simboliza la majestad de Dios; el fuego, su amor celoso (véase Éxodo 24, 17; 34, 14; Deuteronomio 5, 25; Cantar de los Cantares 8, 6 y nota); el arco iris (versículo 28), su misericordia, que se confunde con su mismo Ser (véase Salmo 88, 38; I Juan 4, 8; Efesios 2, 4, etc.). Nótese que el fuego está adentro (versículo 27), y al exterior resplandece en forma de luz. Es lo que hemos tratado en la introducción al Libro de la Sabiduría, sobre la revelación de Cristo, Sabiduría encarnada, que anuncia, en forma de luz, ese fuego que es Dios, o sea, que nos comunica, mediante las Palabras luminosas del Evangelio, el conocimiento del amor del Padre y de sus “entrañas de misericordia”. Existe una antigua fórmula litúrgica, atribuida por algunos a San Juan Crisóstomo, que expresa análogo concepto en dos palabras entrelazadas en forma de cruz griega: fos (luz) y soé (vida). Cf. 8, 2.
Sobre el firmamento que estaba encima de sus cabezas, había algo semejante a una piedra de zafiro, como un trono; y sobre esta especie de trono una figura semejante a un hombre (sentado) sobre él. 27Dentro de él y alrededor de su cintura para arriba vi algo semejante a metal brillante, a manera de fuego, y desde la cintura abajo vi como un fuego que resplandecía, alrededor de él. 28Como el aspecto del arco que aparece en las nubes en día de lluvia, así era el aspecto del resplandor que le rodeaba. Tal fue el aspecto de la imagen de la gloria de Yahvé. Cuando la vi, me postré con el rostro en tierra, y oí la voz de uno que hablaba.
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