Song of Solomon 4
Esposo
1 ▼▼1. Comienza el Esposo exaltando la hermosura de la Esposa. La descripción de esta se hace sobre el modelo de las canciones nupciales de Oriente, de las cuales hoy todavía poseemos paralelos en la literatura oriental. Según Vaccari, no es el Rey quien habla aquí, sino el Pastor, que en gran parte toma sus símiles de la vida campestre (véase 6, 4 ss.). Esto no haría sino aumentar nuestra admiración de que Dios se atribuyese a Sí mismo este papel humilde frente a la suntuosidad de su rival, que representaría los oropeles del mundo engañoso y fugaz. Como en Eclesiastés 12, los órganos corporales que aquí figuran (ojos, dientes, cabellos, etc.), son muy diversamente entendidos por los autores. De todas maneras hemos de creer con toda la fuerza de nuestro ser que son para cada uno de nosotros los sublimes afectos de amor que aquí prodiga el Esposo a la Esposa. Así fue como Santa Teresa de Lisieux descubrió su doctrina sobre el amor misericordioso del Padre, en los afectos paternales que Él, Yahvé, dirige a Israel por boca de Isaías (véase Isaías 49, 15; 66, 13 y notas). Muy convencidos necesitamos estar de tal verdad, si queremos gozar y aprovechar con fruto este divino Libro. Por eso conviene entender bien que, si la elección de Israel era colectiva como pueblo, la del cristiano es perfectamente individual, sin perjuicio de la unidad del Cuerpo Místico y la rica comunicación de bienes espirituales que existe entre sus miembros según el dogma de la Comunión de los Santos. Jesús nos muestra que es Él quien elige a cada uno (Juan 15, 16) para hacerlo hijo de Dios por la fe (Juan 1, 12) y hacerlo vivir de su propia vida por la Eucaristía, como Él vive de la vida del Padre (Juan 6, 57; Vulgata 6, 58); prometiéndole resucitarlo (Lucas 14, 14; 20, 35; Juan 6, 54) hasta reunir en uno a todos esos hijos de Dios (Juan 11, 52) y celebrar las Bodas del Cordero con la Iglesia; “a la cual habrá sido dado vestirse de tela de hilo finísimo brillante y blanco” (Apocalipsis 19, 8).
¡Qué hermosa eres, amiga mía! ¡Cuán hermosa eres tú! Tus ojos son palomas, detrás de tu velo. Tu cabellera es como un rebaño de cabras, que va por la montaña de Galaad. 2Son tus dientes como hatos de ovejas esquiladas, que suben del lavadero, todas con crías mellizas, sin que haya entre ellas una estéril. 3 ▼▼3. Detrás de tu velo: Otros vierten: en medio de tus rizos.
Como cinta de púrpura son tus labios, y graciosa es tu boca. Como mitades de granada son tus mejillas, detrás de tu velo. 4 ▼▼4. Escudos: alusión a los aros y monedas con que las mujeres solían adornar su cuello. Este versículo se aplica en la Liturgia a la Santísima Virgen. Podría entenderse que el lenguaje usado aquí es propio del Rey.
Tu cuello es cual la torre de David, construida para armería, de la que penden mil escudos, todos ellos arneses de valientes. 5 ▼▼5. Aquí parecería que habla nuevamente el Pastor y que en el versículo 6 le responde ella como en 2, 17 y en 8, 14. Estos dos pechos, dice Scío, son figuras del amor a Dios y del amor al prójimo. “Alimentados entre las hermosas y blancas azucenas de los divinos misterios, procuran por todos los modos posibles dar a Dios lo que es Suyo, y no defraudar al prójimo nada de lo que le corresponde. Son semejantes entre sí como suelen serlo los mellizos.”
Como dos mellizos de gacela que pacen entre azucenas, son tus dos pechos. Esposa
6 ▼▼6. Por el monte de la mirra y el collado del incienso algunos entienden el monte donde estaba el Templo. Mirra e incienso también son símbolos de la devoción espiritual (cf. 1, 13 y nota). “Ahora, dice Fray Luis de León, la quiere llevar (a la Esposa) consigo de monte en monte, esto es, de virtud en virtud, subiendo siempre de una en otra sin temor de tropiezo andando con tal compañía. Porque es verdad que todos los que caminan por Cristo, van altos y van sin tropiezos.” Según otros expositores, sería la Esposa quien habla en este verso (cf. 2, 17 y nota) y mientras sopla el espíritu de Pentecostés y se extienden al mismo tiempo en el mundo las sombras de la apostasía, se retira a la soledad del monte y ansiosa escucha allí del Esposo el sumo amor que Él le expresa en los versos siguientes.
Mientras sopla la brisa y se alargan las sombras, me iré al monte de la mirra, y al collado del incienso. Esposo
7 ▼▼7. Eres toda hermosa: “Lo es la Iglesia, porque a los ojos de Cristo son bellos no solamente los doctores y religiosos que descuellan por su profunda ciencia y virtud, sino los simples fieles que caminan por la senda de la verdadera fe y apartados de pecados graves” (Bover-Cantera). San Agustín observa que la Iglesia en este siglo necesita limpiarse cada día para ser presentada al fin sin mancha alguna a su Esposo Jesucristo. Así lo vemos en Efesios 5, 25-27 y Apocalipsis 19, 6-9. Lo mismo puede decirse del alma del justo, según II Corintios 11, 2; Col. 1, 22. Las palabras se aplican en la Liturgia a la Santísima Virgen.
Eres toda hermosa, amiga mía, y no hay en ti defecto alguno. 8 ▼▼8. Ven conmigo, etc. Según Vaccari: Me reclamas, como si el Esposo se dijera atraído por ella desde el Líbano donde Él está, y conducido al Amaná desde las alturas del Senir y del Hermón y desde las guaridas donde Él mora como pastor (véase 2, 8), porque ella le ha robado el corazón (versículo 9). Amaná: parte del Antilíbano, cerca de Damasco; Senir o Sanir: nombre amorreo del Hermón o Antilíbano. Leones y leopardos eran para los judíos figuras de los pueblos paganos circunvecinos.
¡Ven del Líbano, esposa mía! ¡Ven conmigo del Líbano! ¡Mira de la cima del Amaná, de la cumbre del Senir y del Hermón, de las guaridas de los leones, de las montañas de los leopardos! 9 ▼▼9. Al nombre de esposa, que por primera vez le da en el vers. 8, añade el de hermana, poniendo así en este apasionado amor un sello de altísima pureza.
Me has arrebatado el corazón, hermana mía, esposa. Me has arrebatado el corazón con una de tus miradas, con una perla de tu collar. 10¡Cuán dulce son tus amores, hermana mía, esposa! ¡Cuánto más dulces son tus caricias que el vino; y la fragancia de tus perfumes que todos los bálsamos! 11Miel destilan tus labios, esposa mía, miel y leche hay debajo de tu lengua; y el perfume de tus vestidos es como el olor del Líbano. 12 ▼▼12. Huerto cerrado y fuente sellada: bellas imágenes de la Iglesia cerrada y sellada para el mundo y reservada únicamente, como debía serlo Israel separado de las naciones, al amor de su divino Esposo. En ella debe conservarse intacto el tesoro recibido de Dios en depósito: la sana doctrina, la Sagrada Escritura, los sacramentos (cf. I Timoteo 6, 20). Véase versículo 15 y nota. Muchos Padres entienden figurada aquí la virginidad como en 2, 1 (azucena del valle). A imitación de la bienaventurada Virgen María cada virgen es un jardín cerrado, una fuente sellada por el Todopoderoso con la gracia de la virginidad, de la pureza, del pudor, de la modestia. Una virgen, dice San Ambrosio, es un jardín inaccesible a los ladrones; se parece a una viña en flor, derrama el perfume de sus virtudes y es bella como la rosa.
Un huerto cerrado es mi hermana esposa, manantial cerrado, fuente sellada. 13Tus renuevos son un vergel de granados, con frutas exquisitas; cipro y nardo; 14nardo y azafrán, canela y cinamomo, con todos los árboles de incienso; mirra y áloes, con todos los aromas selectos. Esposa
15 ▼▼15. Los mejores autores reconocen que la Esposa toma la palabra aquí, y no solamente en el versículo 16. Es por cierto una de las lecciones más preciosas del Cantar, ya se lo aplique a Israel, a la Iglesia o a cada alma, y ya sea con visión pasada o profética, pues en todos los casos la humilde Esposa al verse de tal modo colmada por los elogios del Esposo, después de haberse sentido colmada por sus dones, no puede sino exclamar, como aquí lo hace, que nada de eso le pertenece sino que todo es solo el depósito (cf. versículo 12) de dones y favores que Él mismo ha puesto en ella. Y así pide que soplen en toda su plenitud los vientos del Espíritu Santo para que ella, no obstante su propia nada (recuérdese el Magníficat de María: Lucas 1, 48), pueda agradar al Esposo con los aromas y los frutos que Él le prodigó con su generosidad toda divina. Un pasaje análogo encontramos en el Apocalipsis, donde los veinticuatro ancianos, al verse colmados de dicha por los méritos del divino Cordero, se empeñan en destacar que es a Él a quien corresponde toda la gloria de esa hazaña: “y cantaban un cántico nuevo, diciendo: Digno eres, Señor, de recibir el libro y de abrir sus sellos, porque Tú has sido entregado a la muerte y con tu sangre nos has rescatado para Dios de todas las tribus, y lenguas, y pueblos, y naciones. Nos hiciste para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Apocalipsis 5, 9 y 10). San Gregorio Magno hace notar aquí, en igual sentido, que las aguas puras y vivas que la Iglesia Católica envía a las iglesias particulares y a las almas fieles, “son las Sagradas Escrituras, que corren impetuosamente del Monte Líbano, esto es, de la boca de Jesucristo”.
La fuente del jardín es pozo de aguas vivas, y los arroyos fluyen del Líbano. 16¡Levántate, oh Aquilón, ven, oh Austro! ¡Qué se esparzan sus aromas! ¡Venga mi amado a su jardín y coma de sus exquisitas frutas!
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